- Por Santiago Correa Serrano, Economista e investigador de ONG FIMA
A partir de los trágicos incendios, el modelo forestal y su regulación han estado en el centro de la discusión como aspecto a revisar de cara a la crisis climática y ecológica. Celebramos la indispensable pluralidad de visiones, pero vemos con preocupación que parte del debate se base en paradigmas obsoletos e información científica cuestionable.
Muestra de ello son las columnas ¿Puritanos o eficientes? de Macarena García y Monocultívate de Rodrigo Guendelman, publicadas en La Tercera el 20 y 17 de febrero, respectivamente. El argumento de García es que, dada la marginal contribución de Chile a los Gases de Efecto Invernadero (GEI) globales, centrar la lucha contra el cambio climático en su reducción es un acto de purismo. Lo eficiente sería producir más cobre y litio, para incentivar la electromovilidad, y más plantaciones forestales, para evitar la erosión de los suelos y GEI.
Guendelman señala que, intencionales o no, los incendios son producidos por las personas y no por el bosque o plantación, procediendo a enumerar supuestas bondades del monocultivo forestal. Asignarle la responsabilidad a las forestales sería la confirmación de un sesgo, pero eximirlas de toda responsabilidad sería un acto de rigor.
El mayor problema del argumento de García es que reduce todo problema ambiental al cambio climático. Así, nuestra única responsabilidad es aportar, limitándose a actividades extractivas y soluciones tecnológicas que reduzcan la emisión global de GEI. La solución a la crisis socioecológica (no solo climática, como sugiere la autora) se reduciría a un aumento de producción, como si esta no representara ningún costo ni nos acercara a los límites que, por tratarse de un sistema cerrado, el planeta impone a la extracción de recursos y a la capacidad de asimilar impactos.
Guendelman, en tanto, reduce los incendios a la chispa que los provoca, sin tener consideraciones por los elementos que los propagan. Respecto a ellos, se limita a decir que el pino y el eucaliptus se queman, pero también lo hace el peumo y el lingue. Omite las diferencias que hay entre el bosque nativo en términos de biodiversidad, erosión de los suelos y consumo de agua. Al respecto, un estudio del CR2 estima que de reemplazar bosque nativo por plantaciones forestales, la disponibilidad hídrica disminuiría 5,6%. En cambio, si las plantaciones forestales fuesen reemplazadas por bosque nativo, aumentaría en 4,5%.
El autor sostiene luego que los monocultivos forestales, al consumir agua sólo del primer metro de suelo, “no competirían” con otros usos del agua de napas, lo que invita a preguntarse con qué agua es que se llenan esas napas si no es con la que filtran desde el suelo.
La regulación ambiental es una materia compleja y urgente, que requiere de una aplicación rigurosa de la ciencia y las simplificaciones solo ayudan a alimentar prejuicios que poco contribuyen a nuestro futuro. En un estado de crisis climática y ecológica que nos afecta hoy y en el futuro, reflexionar sobre nuestras prácticas productivas y cómo han contribuido a los eventos climáticos extremos que golpean a la población, parece una responsabilidad mínima.
Columna publicada en La Tercera – 27/02/2023