Por Brayan Navarrete Guerrero
La aventurera Manku, hija del querido cóndor Vultur, sueña con formar parte de los Cóndores Exploradores de La Polvareda, un selecto grupo de cóndores cuyo propósito es poder encontrar el mítico Dormidero de La Paloma; lugar donde, dice la leyenda, nace el amanecer más allá de los glaciares; y al que se le considera como el último gran refugio, donde solo los más valientes y aventureros cóndores han podido llegar a experimentan la máxima libertad. Manku está decidida a ser parte de esta selecta escuadra, pero aunque lleva intentándolo desde hace tiempo, no hay manera de lograrlo, pues sólo admite a los jóvenes más fuertes del clan, y Manku, a sus tempranos cuatro meses de edad, ni siquiera ha realizado su primer vuelo en solitario por Yerba Loca.
Finalmente, ese ansiado día, ha llegado.
Ya está por amanecer en el dormidero de La Polvareda y poco a poco los miembros más viejos del clan comienzan a extender sus alas para recibir los primeros rayos de sol matutino, tal como manda la tradición de este pequeño clan asentado en uno de los más altos e inaccesibles acantilados del sector que, además, cuenta con una privilegiada vista al estero La Leonera. Pese a la dificultad para entrar a este dormidero repleto de grietas y pasadizos, es el lugar favorito de todos para reunirse como familia.
Vultur es uno de los miembros más queridos del clan, aunque su historia es bastante triste: Durante un recorrido en busca de comida para la recién nacida Manku, fue atacado por un despreciable ser humano cerca de la Cascada de los Sulfatos; lugar donde un apetecible cadáver fue puesto intencionalmente de señuelo por un humano como una trampa para atrapar cóndores. En aquel viaje lo acompañaba Kirina, su pareja de toda la vida, con quien estuvieron durante todo un día vigilando desde las alturas a su comida. Es lo que dicta el protocolo los cóndores cada vez que encuentran comida: vigilan durante unas horas a la presa desde las alturas, algunas veces incluso durante dos días seguidos, para así confirmar que no hay presencia de humanos que quieran capturarlos como trofeo. Vultur y Kirina, luego de muchas horas de vigilia, decidieron bajar a tomar esa presa y así llevarle comida a la pequeña y hambrienta Manku, sin percatarse que durante todo ese tiempo, un despreciable humano los observaba con sus binoculares, escondido entre las rocas y vegetación del sector, armado con un rifle, esperando el momento perfecto para capturarlos. Vultur fue el primero en descender, para asegurar la zona y la presa, posteriormente fue el turno de Kirina, la que de sorpresa fue capturada cuando en un rápido e imprevisto movimiento el humano le lanzó una malla hecha de cuerdas gruesas. Kirina no tuvo chance de reaccionar. La pesada malla la inmovilizó por completo y no pudo escapar.
Vultur, en un intento desesperado por rescatar a su pareja, extendió sus enormes alas para imponerse y asustar al desquiciado que buscaba hacerlos prisioneros, sin embargo nada pudo hacer cuando el ruido de dos potentes disparos lo dejaron inmóvil y asustado. Kirina, atrapada bajo la malla, le pidió desesperada que huyera, que lo hiciera por la pequeña Manku que los esperaba ansiosa en el dormidero del Cerro La Polvareda. Vultur, aún inmóvil y presa del miedo ante la escena que veía, recibió un tiro en una de sus extensas alas, lo cual lo obligó a huir del lugar, viendo por última vez esos hermosos ojos color marrón profundo de su amada Kirina, a quien con el dolor de su corazón tuvo que dejar a merced del temerario cazador. Pese a lograr escapar, Vultur voló con mucha dificultad y de milagro pudo llegar a su dormidero en La Polvareda, donde fueron curadas sus heridas por otros miembros del clan. Desde aquel día, Vultur es el único padre soltero del clan, su lamentable y triste historia caló profundo en cada cóndor de su dormidero, por lo que entre todos se ofrecieron voluntariamente en ayudar a criar a la inquieta y soñadora Manku.
A medida que la pequeña crece, Vulkur no puede evitar ver a su esposa en los ojos de de Manku: la misma pasión, hambre por conocerlo todo, su sonrisa y curiosidad, todos rasgos que él siempre vio en su querida Kirina, de quien nunca más pudo saber, pese a que sagradamente todas las mañanas vuela por la zona con la esperanza de poder encontrarla con vida.
La vida es compleja para un cóndor padre soltero, y Vulkur no es la excepción. Tener que lidiar a diario con el ímpetu e impulso de Manku por querer salir en busca aventuras no es fácil de manejar, sobretodo porque la primera regla del clan es: Ningún cóndor puede emprender su primer vuelo antes de los seis meses de edad. Regla que Manku, fiel al espíritu aventurero de su madre, no estaba dispuesta a respetar. En una de las tantas jornadas en que Manku se intentaba colar en los entrenamientos de los Cóndores Exploradores de La Polvareda, se quedó observando el horizonte desde la salida de su dormidero. La vista era maravillosa, amplia y digna de contemplar con admiración. La naturaleza le había ofrecido un momento único en ese amanecer donde unos cálidos rayos de sol recorrerían suavemente su pequeño cuerpo. A la distancia, en ese cielo azul profundo sin ninguna nube, un pequeño aguilucho pasa y la observa. Algún mensaje le dice o cree escuchar. Es la voz de la determinación, de ir por lo que siempre ha querido hacer. A sus cortos cuatro meses de edad, esta suerte de epifanía la impulsaba a perseguir su destino. Para cualquier cóndor de esa edad es complejo volar, y de llegar a hacerlo, siempre debe hacerse a baja altura y supervisado por sus padres. Pero ya sabemos cómo es Manku y sus ganas de comerse el mundo: Con la determinación de una pequeña soñadora extendió sus aún pequeñas alas, sintió el aire frío refrescando su rostro y cerró sus ojos. Estaba dispuesta a volar.
Vulkur solo la observa desde atrás. Está dispuesto a dejarla volar, porque sabe que Manku lo hará bien, pero también sabe que las reglas del clan son claras. De pronto un estruendo potente se escucha. Viene desde las montañas bajas. Manku se asusta y retrocede unos pasos y choca con su padre que estaba tras de ella.
-Aún es pronto hija mía, ya podrás volar como todos los demás-Le dice en tono cariñoso Vultur a Manku sonriéndole con la mirada y abrazándola con sus alas.
-¿Qué fue ese ruido papá?… Siempre que suena me da mucho miedo y cada vez es más seguido-Dijo asustada Manku.
-Es un grito de la tierra cuando los humanos la hacen explotar- Le responde Vulkur con algo de nostalgia y continúa-Los humanos son una especie extraña hija mía, le hacen constantemente daño a nuestra Tierra por cosas que no entendemos. He hablado con zorros, águilas, liebres, y todos coincidimos en lo mismo: es inexplicable lo que hacen, nadie en su sano juicio destruye a su propia fuente de vida, sólo los humanos lo hacen, seguramente son un poco estúpidos.
-Papá, algunos amigos me han dicho que nuestro mundo antes era más grande, muchísimo más grande, pero cada vez se acercan más los humanos a destruirlo todo. Me da un poco de miedo cuando pienso en eso…en que algún día destruirán también nuestro dormidero.
-No lo harán, hija mía, los humanos son tan tontos que antes que suceda eso terminarán por matarse entre ellos primero….Pero no es momento de pensar en esas cosas señorita…. ¿Usted qué estaba pensando hacer acá? Parecía que querías volar Manku, y sabes bien que todavía no puedes. Debes practicar más, en dos meses ya podrás hacerlo.
Manku no se quedó contenta e hizo un gesto de resignación mientras su padre la abrazaba y ambos se quedaron unos segundos mirando el horizonte en silencio.
-Vi un águila, papá. Me dijo en un pensamiento que debía atreverme a volar. No sé cómo explicarlo, pero sentí que me estaba invitando a perder el miedo y saltar. No puedo seguir esperando, tengo que hacerlo.
Vultur, sorprendido de la valentía de la pequeña Manku, miró hacia el dormidero. Ya no quedaban muchos cóndores, la mayoría había salido a tomar aire recorriendo Yerba Loca para lucirse ante los humanos que se acercaban a tomar fotografías. En este clan de cóndores son tan vanidosos que todos quieren hacer el mejor vuelo para luego ser fotografiados, y es por eso que cada día salen a los distintos miradores que hay en el sector con la vanidad de saber que son las aves más hermosas del cielo andino.
-¿Sabes algo Manku? vamos a intentarlo, pero yo te acompañaré en todo momento. Tú decide, eso o nos esperamos tres meses más cuando el clan te permita hacerlo.
-¿Lo dices en serio papá?-Preguntó con un rostro repleto de felicidad y esperanza la pequeña Manku.
-Ya qué más puedo hacer, hija mía, no puedo detenerte. Si no es ahora, será mañana o cualquier día. Y para mí sería un honor que hagas tu primer vuelo de verdad junto conmigo, así que movámonos rápido antes que me arrepienta de esta locura-Dijo Vultur orgulloso de su hija, y ambos extendieron sus alas, respiraron profundo y se lanzaron al vuelo.
Los nervios de Manku eran evidentes y le costaba mantenerse estable dentro de las potentes corrientes de aire que se dan a esas alturas, pero a pesar de eso no dejaba de estar feliz. Estaba cumpliendo con el propósito de su vida: Ser libre.
-Hacia dónde quieres ir Manku-Le dijo Vultur
-Iremos a la tierra más allá de los glaciares papá. Volemos hasta La Paloma papá, donde nadie nunca ha podido llegar- Dijo Manku con sus ojos repletos de sueños y ganas de lograr lo imposible.
Vultur quedó sorprendido ante las palabras de su hija. Nadie se había atrevido a volar tan lejos y aquel lugar que Manku mencionaba solo era conocido por las leyendas que se contaban en el dormidero, pero ninguno de los miembros lo había visto nunca. Era una locura, pero Vultur no quería desanimar a su pequeña, por lo que decidió seguirle la corriente. Sabía que el cansancio y el hambre no los harían llegar muy lejos y terminarían abortando la misión, pero no quería desanimar el espíritu de Manku, así que con toda la energía del mundo giró y movió sus extensas alas a través del cielo acelerando el vuelo. Manku, decidida a lograr encontrar el mítico dormidero de La Paloma y feliz de que su padre la acompañara, extendió con todas sus fuerzas sus pequeñas alas y dejó que la corriente de aire le diera el impulso necesario para alcanzar a su padre en el vuelo.
-Lo más lejos que he llegado es hasta el Cerro Falso Altar hija mía. Después de ahí es toda la tierra de hielo.
-Lo sé papá, pero por algo se llama Falso Altar, porque no es el verdadero, y nosotros iremos más allá, hacia donde nadie más ha podido llegar.
La tremenda voluntad y determinación de su hija le trajo un nuevo aire de esperanza ante la vida al sufrido Vultur y de pronto comenzó a creer que era posible, que juntos podrían llegar más allá de cualquier frontera posible. Ambos volaban con ganas, a gran altitud para evitar ser vistos por humanos, y concentrados siguiendo la ruta del estero Yerba Loca en un viaje que se extendería por más de ocho kilómetros. Vultur a esa altura ya estaba agotadísimo, pero la pequeña Manku no desistía, en sus alas extendidas había un sueño que cumplir y nada la detendría en su objetivo y fue así como ambos pudieron llegar hasta el mirador del glaciar La Paloma donde se posaron sobre la cumbre de un pequeño acantilado cercano al Cerro Falso Altar. Ese sería el límite según Vultur, ir más lejos sería muy riesgoso para ambos. Mientras descansaban y contemplaban el blanco prístino del glaciar Manku volvió a ver al aguilucho que había divisado al amanecer. El aguilucho se desplazaba por el cielo yendo más allá, hacia donde ningún cóndor antes había viajado.
-¡Ese es el aguilucho Papa!-Dijo emocionada Manku-Tenemos que seguirlo, él nos llevará hacia el dormidero de La Paloma.
Vultur también lo vio. Sintió algo extraño en sus pensamientos, un deseo, algo extraño que también le decía que siguieran más allá. Miró a la pequeña Manku y ambos se hicieron un gesto de aprobación y decidieron lanzarse a la aventura. No sabían qué pasaría, pero no se detendrían hasta encontrar su destino. Y después de un viaje de más de veinte kilómetros divisaron el mítico Cerro La Paloma. A medida que se acercaban vieron otros cóndores que volaban majestuosos por esos limpios y silencios parajes andinos sin presencia de humanos que los amenazaran. Todo era naturaleza en su estado más puro. Habían encontrado el dormidero de las leyendas que todos los cóndores contaban y el aguilucho los esperaba silencioso en uno de los tantos acantilados del lugar. Vultur y Manku quisieron acercarse a agradecerle por indicarles el camino, pero la sorpresa fue mayúscula cuando vieron que a pocos metros de él se encontraba Kirina, la madre de Manku y pareja de Vultur. Había sido ella quien había logrado escapar del humano depredador y en su camino de regreso se había perdido llegando al Cerro La Paloma. Vultur no podía creer lo que sus ojos veían y entre lágrimas se acercó a abrazar con sus extensas alas a su querida Kirina a quién nunca dejó de buscar.
Desde aquel día los tres se quedaron a vivir en el lugar iniciando una nueva vida, lejos de los peligros a los que se exponían por la actividad humano y experimentando el sentimiento más maravilloso que cualquier ser vivo puede sentir: La libertad Absoluta, desde donde podrían ver el amanecer más allá de los glaciares.